Estaba analizando mis inicios como mamá, cuando tuve a mi primer hijo. Recuerdo el momento cuando recibí la noticia, tenía cinco años en la empresa, me acababan de ascender y llegó el resultado… POSITIVO.
Mis jefes se alegraron mucho con la noticia, pero les surgió un miedo, el mismo que sentí yo, me preguntaba: “¿Podré seguir dando el 100% de mí con el embarazo, con los nuevos proyectos y el nuevo cargo?”.
Enfrenté mis malestares matutinos con mucho ánimo, afortunadamente fueron leves. En mis reuniones me mostraba segura y capaz, como siempre, y es que así me sentía, valiosa, con una fuerza diferente a la de todos los días.
No sentía cansancio, solo un poco en las noches antes de dormir, cumplía con mi bebé cuando me pedía algún antojo. Mis compañeros de trabajo eran mis aliados, me cuidaban, me ayudaban y me daban más fortaleza de la que ya sentía, al igual que mis jefes.
Cuando llegó el momento de partir a dar la bienvenida, me fui dos semanas antes a casa a prepararme para recibir a mi bebé. Nació totalmente sano, el procedimiento estuvo a la perfección, estábamos felices mi gordo, el bebe y yo, disfrute esos meses como nunca, siendo madre por primera vez.
Al pasar este período, me tocó cumplir con mi trabajo, al regresar todo lucía igual de bien, mis compañeros, mis jefes, habíamos ganado los proyectos que lideré. Me sentía completa, mi bebe fue mi fortaleza durante el embarazo y hoy día sigue siéndolo, ahora doble con mi segundo hijo.
Sé que otras mamitas tienen una experiencia más difícil por los estragos generales, otras por depresión post parto, pero estoy segura de que son etapas, es temporal y luego podrán seguir siendo una ejecutiva exitosa en modo mamá.
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